martes, 25 de noviembre de 2008

TRES CARTAS DE AMOR A UNA MUJER

Querida compañera:

He querido escribirte para contarte, por fin, mis sentimientos. Pasamos muchas horas uno junto al otro, en este trabajo, y siempre hemos guardado una amistosa distancia entre nosotros.

Ya no soporto mi secreto: siempre te he querido y no lo voy a callar más.

Desde que te conozco he sentido amor por ti. Y desde que lo siento, lo tengo escondido, no sé si es debido al respeto a la familia que has formado o por el miedo a perder tu amistad. Y así se habría consumido el tiempo, todo mi tiempo. Para mí habría sido suficiente con disfrutar de tus gestos y tu presencia, de tu voz; del aire que a tu paso mueves y que regala una caricia a mi piel.

En lo profundo me pregunto: ¿dónde estuvo ese punto de inflexión que cambió tu vida, en algo o en mucho? No dejo de reprocharme, no poder recordar, en qué momento dejaste de ser aquella mujer.

Qué sostenida situación ha sido tan ruin y traicionera, que con el sigilo de un hábil ladrón ha robado tu alegría. Y el brillo de tu mirada hace tiempo que se apagó y también el de tu sonrisa y con ellas, tus anhelos de vivir, de estudiar, de avanzar…

Y aún con todas estas escondidas desdichas, tu belleza ha sabido capotear el paso de estos años, tan sólo ataviada con el brillo natural de tus labios.

Qué sensación más amarga, pensar que ha sido tu tristeza la que me ha hecho valiente para, por fin, escribirte. Y he dudado, he creído, incluso he sospechado, hasta sin que te dieras cuenta te he examinado. Como si necesitase una señal, disimulada por un cuello alto en la ropa o un oscuro cristal. Doy gracias por no haberla encontrado. Pero, ¡ay, si la hubiera encontrado!, ¡ay si tú me hubieras contado!

Quiero verte feliz y por eso ya no callo. Ya no me importa perder tu amistad si estas palabras te llegasen a molestar. No me importa perderte, si con ello contribuyo a que tú te encuentres.

Y me pregunto hoy con ira, por qué no he sido capaz de escuchar antes lo que tu mirada, sin tú querer, me decía. Y porque me lo pregunto con desprecio, no soporto un día más sin ofrecerte mi mano, mi voz y mi aliento; mi vida entera te tiendo.

Arma tu valor y déjame acompañarte hasta donde tú quieras llegar.


Querida esposa:

Me he visto obligado a escribirte para explicarte mis pensamientos puesto que, cada vez hay menos diálogo entre nosotros, en todos los sentidos.

Te escribo para pedirte perdón. Sabes que no volverá a ocurrir. Sabes que estoy cambiando. Que me cuesta, pero estoy cambiado.

Tú sabes que te quiero.

Sabes que te quiero. Sí… a mi manera, pero te quiero y mucho. No puede haber nadie que te quiera más que yo.

Te aseguro que no volverá a ocurrir. Pero también te pido que tú pongas un poco de tu parte. Tú sabes que hay algunas cosas que me molestan. Y si tú me quisieras como yo a ti, para evitarme sufrimiento no las harías.

Y lo haces, eso de verte con esa amiga tuya. O pintarte tanto para ir a trabajar; a saber lo que se les pasará por la cabeza a tus compañeros cuando te vean aparecer así. Sin contar con la tontería esa de querer estudiar, a tu edad. La mayor parte de las veces son pequeños detalles. Son detalles que me ponen un poco nervioso, pero sabes que estoy cambiando. Aunque necesito que tú pongas un poco de tu parte.

Yo siempre lo he hecho todo por ti y por los niños. Y haré cualquier cosa para que nuestra familia no se rompa. Sabes que soy feliz pensando que siempre estaremos juntos y nada, ni nadie, se interpondrá entre nosotros.

Todos estos años juntos, no han servido para que yo te haya hecho entender lo que siento por ti.

Recuérdalo en todo momento: te necesito, te quiero.



Querida mamá:

Como sé que te gusta, como siempre, te cuento mis cosas y las de la hermana.

Hoy, en el colegio, me he divertido.

La maestra ha contado un cuento de un niño y su mamá. Los dos jugaban en la nieve en invierno, y en la playa en verano.

Me he acordado mucho de ti.

Me he reído mucho. Pero también he llorado un poco. Se me ha pasado cuando la maestra me ha abrazado.

La hermana, ya sabes, ahora siempre, habla poco.

En el colegio me gusta mucho el recreo y plástica.

Pero también, tengo que contarte algo más…

Me da un poco de vergüenza contarte una cosa que ha pasado hoy.

Como entre nosotros no hay secretos, te quiero contar que esta tarde he tenido un problema aquí, en el hogar escuela.

Mi educador me ha castigado porque no me he portado bien.

Ya lo sé. Sé que no se empuja, ni se grita, ni se pega.

Yo lo sé. Yo sé que no me he portado bien.

Pero… ¿qué otra cosa podía hacer?

Perdóname mamá. Ya no lo haré más.

Mañana te escribo de nuevo.

Mamá, te queremos. La hermana y yo te enviamos un beso.

¡Ah, se me olvidaba! Dale un beso a la abuela, allí donde tú estás: en el cielo.