miércoles, 11 de abril de 2007

EN OTRA VIDA

Existen en el mundo lugares especiales en los que cuando te encuentras en ellos sientes una sensación que te llena, tal vez de felicidad. Si creyera en la reencarnación pensaría que en anteriores vidas habría vivido allí, y muy probablemente habría sido feliz. Esa sensación de libertad inigualable se habría transportado en el tiempo.

Son varios los sitios en los que esa sensación me ha inundado. Sin embargo existe uno singular. Uno en el que la sensación se produce por haber vivido otra vida en otro tiempo, pero dentro de esta vida: Almería.

¿Qué ha quedado? Han quedado recuerdos y sensaciones sobre el trabajo hasta la extenuación, sobre sueños cumplidos, sobre amigos que se han dejado la piel unas veces conmigo y otras veces junto a mí. Queda en el recuerdo la mirada de mis hijos hacia la inmensidad al contemplar por primera vez el Mar Mediterráneo. Queda el vacío que dejan las mil voces de todas las personas que allí he conocido. Queda el recuerdo de lo vivido y también de lo que quedó por vivir. Y como la luz también se puede recordar, queda el recuerdo de la luz. Cuando un paisaje tiene toda la luz se puede permitir atardecer cada día de un color diferente. Recuerdo las puestas de sol en el faro de la bocana del puerto de Almería, en el bosque de pitacos, en la bahía, en el Collado García, en el peñón de Mónsul, en Genoveses, en San José, en la vieja iglesia de las Salinas de Cabo de Gata, en Punta Entinas, en la torre del puerto de Almerimar
Desde que me marché he podido ir algunas veces y aunque esté allí menos tiempo del que tardo en ir y volver, me merece la pena pasar “unos momentos de sensaciones”.

sábado, 30 de diciembre de 2006

LINARES. NAVIDAD DE 1872.

ACCÉSIT

III CERTAMEN DE CUENTOS

"LUZ DE NAVIDAD"

DE LINARES.


Puedo imaginar la silueta de mi padre cuando volvía del fondo de la galería. Entre penumbra, sombras y lejanos candiles. Nadie lo esperaba pero en un suspiro el techo se desplomó. Aturdidos por el ruido y el sabor del polvo sus compañeros gritaban su nombre sin cesar. Después de tan brutal sacudida el silencio se hizo en toda la mina. Todos escuchaban atentos buscando en la oscuridad cualquier atisbo del aliento de mi padre. No se oye nada, tan sólo el sonido del cabestrante del malacate que desciende al fondo del pozo. No importa lo que ocurra ahí dentro: no se puede dejar de achicar agua.

—¡Qué desdichados somos! —pensaban todos—. El destino no ha respetado ni siquiera el día de Nochebuena. Creíamos ya, que tan sólo serían siete, las criaturas que no verían el nuevo año. Qué desgracia la de nuestro compañero. O más bien la de su mujer y sus tres hijos más el que está por llegar. Como sobrevivirán ahora sin los 12 reales de sueldo por jornal y lo que es más importante: sin el amor de un marido, de un padre.


—No puede ser — lloraban, gritaban—. Pero también daban gracias a Dios porque su mujer no había presenciado la desgracia, pues ya no podía trabajar allí lavando mineral. Su estado solo le permitía trabajar, y a duras penas, como aguadora, desde la fuente del Bermejal hasta la casa de unos señoritos.



El desplome había sido brutal. El capataz pensaba que toda la galería se había venido abajo. Era una galería de prospección. No habían encontrado mineral en esa dirección. A mi padre le creían muerto. Era el día de Nochebuena. Todos debían marcharse hasta que el facultativo recibiera la orden de excavar. La empresa debía decidir cuándo reanudar la búsqueda, si es que se reanudaba.

Voces exaltadas comenzaron a alzarse en contra del capataz:
—¿Crees que por lucir bigote y sombrero burgués ya no recordamos que creciste en la mina: arrancando granito y plomo como nosotros? ¿Ya no recuerdas las veces que ese hombre se ha jugado la vida por ti y por los demás, martilleando cuñas de madera entre las vigas, mientras la galería entera crujía? Daba así tiempo con ello, a que todos saliésemos de ese infierno seguro.
—No nos iremos sin su cuerpo —decían otros —. Se merece descansar en paz, fuera de aquí. Si no le sacamos, no podremos mirar a la cara de su viuda.

Hombres y niños se pusieron a excavar con todo lo que tenían a su alcance: picos, palas, cubos e incluso con sus propias manos. Cargaban espuertas, las mismas que los niños paseantes usaban para transportar terreros al malacate, entre lodos, oscuridad y asfixia. Trabajaban con un ritmo muy superior al que se imponían cuando, por necesidades de la compañía, iban a destajo. La verdad es que en ese momento no estaban trabajando sino buscando a un amigo.

A nosotros nos llegó la noticia tres horas más tarde. Nuestro vecino de enfrente, algo mayor que yo, se dio la caminata deprisa y corriendo, para contarnos la historia entre jadeos y lloros.

Parece ser que al poco rato del accidente mi padre abrió los ojos. Estaba oscuro. Pensaba que había muerto. Pero supo en un instante que eso no había ocurrido: olía a carburo quemado. No podía ser que incluso en el otro mundo ese olor le acompañara. Dedujo lo que había ocurrido: tal vez algo parecido a un milagro le había colocado en algún hueco entre maderas y rocas. Se encontraba débil por el golpe, entumecido por la humedad, sin aliento por la falta de aire. Cualquier hombre en esa circunstancia se habría venido abajo. Habría perdido los nervios hasta morir. Pero mi padre tenía algo que hacer, pendiente y muy importante. A su juicio lo mejor que podía hacer por mí a lo largo de su vida. No podía morir con ese secreto.

Sólo él sabía lo que esa mañana le había acontecido. Esa mañana, como todas, muy temprano, entre la niebla y el humo pesado de las chimeneas de los pozos, se abría paso hasta Cerro Pelado: la mina «El Nene». Lugar donde se dejaba la piel por un jornal que daba escasamente para comprar un kilo de tocino fresco y otro de pan.

De repente un lujoso carro con tiro de caballos irrumpió en el paraje: los caballos habían salido desbocados, asustados por el ruido de la explosión de algún barreno cercano. Sin pensarlo, mi padre saltó desde un montículo al centro del tiro, haciéndose con las riendas y ordenando con fuerza para que los nobles animales se parasen. Había evitado con su entereza la desgracia a una pareja de distinguidos señores y su cochero. Posiblemente habrían acabado en el fondo de algún pozo, de los muchos que agujerean la tierra de esos alrededores.

—Pídeme lo que quieras — le dijo el señor más alto tras recuperar el resuello —. Si está en mi mano intentaré complacerte. Como notario que soy, doy fe de ello y lo digo ante testigos.

—Mi hijo mayor pronto cumplirá diez años —respondió mi padre —. Si el destino no lo remedia, pronto tendrá que trabajar conmigo, en la mina. No quiero que pierda su vida día a día como lo hago yo desde que tenía su edad.

El Sr. Notario no necesitó escuchar más. Sabía a qué se refería...
—No me digas más valiente amigo —le interrumpió amablemente —. Hoy es Nochebuena y mañana Navidad. Cuando pasen estas fiestas te espero en la Notaría. Tráele contigo. Trabajará en principio como aprendiz hasta que pueda leer y escribir. Muy pronto superará los cinco o seis reales que cobraría en la mina. Haremos de él lo que él quiera ser.


Al momento se despidieron, haciendo un ademán con sus sombreros. Era el momento más feliz que mi padre había tenido en toda su penosa existencia. Aceleró la marcha a la mina. Gozoso, quería que el día pasase tan rápido como prende la pólvora. Quería que pronto llegase el ocaso y al llegar a la puerta de la Casa de la Munición donde yo le esperaba todos los días: quería abrazarme y contarme la buena nueva; quería recordarme los buenos modales que desde siempre me había inculcado, y el esfuerzo, y el tesón, de los que yo tendría que hacer gala ante el Sr. Notario.

Ese era su secreto. Si él moría allí, mi suerte quedaría enterrada a noventa metros bajo las encinas y la hierba. El granito y la galena argentífera se habrían hecho dueños de nuevo de mi destino, que no sería precisamente de plata.

La tarde se hacía eterna. Ninguna comunicación por parte de la compañía, ni de los compañeros.
—La esperanza es lo último que se pierde —decían las vecinas entre sollozos —. Todas habían perdido algún ser querido en similares circunstancias.

Al anochecer recordé algo que mi padre me decía:
—Si alguna vez te sientes solo, mira al cielo estrellado. Piensa que hay miles de personas mirando en ese momento. Podrás sentir su compañía.

Desde hace veinticinco años, él siempre, al salir del infernal laberinto, miraba al cielo y buscaba la más bella constelación de invierno: Orión. Se la señaló un compañero, que antes que minero, fue marinero y que murió de pena, según decían, por haber cambiado el mar y las estrellas por la profundidad de la madre tierra. Mi padre, al aflorar a la superficie, se emborrachaba de aire y perdía su mirada en la nebulosa de la constelación, deseando para sus hijos una vida mejor que la suya. Otro día más, había conseguido salir y contemplarla.

Hasta ahora nunca me había sentido tan solo. No podía dejar de mirar a ese cúmulo de estrellas lejanas. Sabía que si mi padre conseguía salir de aquella enorme tumba, lo primero que haría sería mirar allí.

En ese preciso instante una estrella fugaz cruzó la constelación por su diagonal. Fue un momento de magia que yo aproveché para pedir un deseo con toda la fuerza de mi pequeño ser. En aquel instante supe que todo aquello significaba algo hermoso.
— ¡Mamá! no llores más —entré gritando en la casa —. Papá está vivo —repetía una y otra vez —.
—¿Qué dices? ¿Alguien nos lo ha traído? —me contestaba ella —.
—No mamá, pero yo lo sé, me lo ha dicho una estrella fugaz que ha salido a recibirle —le respondí con toda la seguridad del mundo— .

Mi madre se hundió aún más en un profundo lloro, me creía inmerso en un juego de niños. Lloraba y lloraba sin esperanza.

Aunque ya se había cerrado la noche, se seguían oyendo desde lejos, como durante toda la tarde, los cantes mineros de algunos Tarantos venidos de Almería. Más que cantes eran lloros, estaban llenos de rabia contenida, de canto al fracaso, de dolor. Poco a poco los cantes por taranta se iban convirtiendo en alegres villancicos de patio de vecinos. Los corros alborotaban: las zambombas y panderos vencían al «quejío». Tenía ante mí el deseo lanzado a la estrella y salí a correr por la calle Santiago hacia abajo. Allí estaba, en El Paseillo junto a las obras del nuevo Ayuntamiento. Rodeado de sus compañeros: hombres y niños, y también mujeres. Eran figuras sin color. Siluetas manchadas y oscuras como el carbón. Sólo las palmas de sus manos y sus caras eran blancas: del color claro de la inocencia y la amistad. Entre todos lo habían conseguido y eran partícipes de antemano, de la alegría que sentiríamos al estrecharle entre nosotros. Venían a entregarnos un regalo que ya no era de esperanza, sino de vida.

Aquellos días los regalos no fueron materiales ni tangibles. No fueron caros ni baratos, simplemente no tenían precio.

Aquellas personas de bien nos entregaron tiempo, oportunidad, calor, proximidad, emoción... Mi padre no sólo me regaló una nueva existencia, sino que me obsequió con un preciado bien, la libertad de elegir mi destino.

Hace mucho tiempo que enseñé a mi hijo a encontrar en el firmamento la Nebulosa de Orión.

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Nota:

Aunque los datos históricos pueden ser reales, los personajes y los hechos han sido creados en la ficción. Sin embargo, es posible que todo lo que se narra, pudiera haber ocurrido de verdad. Por eso, este cuento de navidad es un homenaje a los hombres y las mujeres que levantaron la ciudad de Linares, con su trabajo, esfuerzo y pasión, como nuestros protagonistas, de forma olvidada y anónima.

jueves, 21 de diciembre de 2006

FELIZ NAVIDAD 2006





Hoy termina el otoño, comienza el invierno y lo que eso conlleva: aparece la Navidad. Una perfecta excusa para dirigirme a vosotros. Como otras veces, podría hacer un repaso de tópicos de la época. Seguro que nos reiríamos bastante. Pero... esta vez no va a ser así. Para tópicos ya está el nuevo anuncio de televisión de la Lotería Nacional de Navidad. Nos han quitado al famoso Calvo, y sobre todo, nos han quitado algunos momentos de emoción contenida. Lo han cambiado por "lo que toca hacer en Navidad". Por momentos estereotipados. Muchos de ellos, no compartidos por todo el mundo. Con lo que por ejemplo, los que estáis en Almería y no pasáis frío, ¿entonces, no vais a vivir plenamente la Navidad? ¡Qué sabrán algunos publicistas de la Navidad! Ellos tan sólo hacen la equivalencia que les mantiene en su puesto de trabajo: Navidad = $, aunque lleven parte de razón, no es la única equivalencia. Me quedo esperando las vuestras, y mientras tanto ahí va la mía:


No conozco a nadie que no se queje de que "no tiene tiempo". No nos damos cuenta, pero es falso, todos tenemos 24 horas al día. Lo que pasa es que gran parte de ese tiempo lo empleamos de una forma rutinaria e inadecuada para la consecución o al menos el acercamiento a la felicidad. ¿Y qué ocurre con la Navidad?: más vacaciones, menos responsabilidades, menos nivel de exigencia por parte de los demás y de nosotros mismos, en fin... un respiro. Con esa sensación de alivio el tiempo se nos ensancha, o eso parece. Además, la barrera psicológica del cambio de año, nos hace pensar en los errores del año que se va, y los anhelos para el que viene. Por tanto, tenemos unos minutos para pensar en lo que queremos ser de aquí en adelante. Eso nos da fuerza para continuar, para pensar que todo no está perdido para siempre: existe esperanza.


Al mismo tiempo que aclaramos nuestras ideas, y haciendo uso de esa apreciación elongada del tiempo, dedicamos un poquito más a esos que nos rodean y a aquellos que están lejos y vuelven, o no vuelven. Por unos momentos, nos olvidamos de todas las connotaciones que rodean nuestra vida y disfrutamos, sin darnos cuenta, del brillo de las sonrisas, de las miradas con ojos ilusionados, de un abrazo que dura un instante más de lo habitual, de una voluntariosa nota musical —aunque sea de zambomba desafinada —, en definitiva de Calor humano.

Esta vez, no quiero haceros reír: sólo quiero que sintáis un poquito de mi Calor.
No os voy a desear las felices navidades de siempre.

Os deseo un feliz Tiempo de Navidad, rebosante de abundante Calor humano.

sábado, 24 de junio de 2006

FELIZ VERANO 2006

Esta mañana me ha despertado el olor a pinchitos y sardinas asadas que aún permanecía en el ambiente tras la noche de San Juan. Y me he dicho:
—Si anoche fue la Noche de San Juan, entonces…el verano ha llegado —porque en contra de "eso del solsticio" que mantienen los astrónomos, en Almería, el verano llega con la Noche de San Juan—.

Y hemos exclamado todos al unísono: "¡vamos a la playa!". Pero claro, hay que preparar el kit de playa. Kit que incluye: niño mayor —aunque sólo tenga 22 meses —, su equipación roja, toallas amarillas y naranjas, toallas verdes para después de la ducha, sombrilla amarilla, colchoneta azul —inflada —, manguitos rojos, flotador amarillo, patito amarillo y patito azul, palas verdes, piscinita azul —por si hay oleaje —, pelota gigante roja —inflada —, neverita azul con biberón de agua, biberón de manzanilla, biberón de zumo, yogurt Mi Primer Danone, "lacocacola", y un largo etc…

—¿Cómo puede ser que estando a 100 metros de la playa tengamos que llamar a Seur para que nos transporte el chiringuito y nos cobre un dineral?, ¿y si simplificamos, por ejemplo, dividiendo por el color amarillo?...
Tras la aventura de los "100 metros-playa", llegamos, tomamos posiciones y desplegamos el campamento. Y allí, nada más tumbarme, me obligan a oir los comentarios de alrededor:

— «¡Qué bien¡ Todos los años nos encontramos, en esta zona de la playa, con la misma gente».

— «Estos de Cáceres que vienen al apartamento del 3º A, sí los pediatras. Has visto lo rellenita que viene este año. No me extraña, con lo simple que es él, demasiado tiene la pobre».

— «Y "la Campa" en el lío que se ha metído, le está bien empleado. A mí la que me cae bien es "la Belén Esteban"» .

De fondo, también se oyen los chupetones que esa pareja se propina, al darse el lote, al abrigo de ese reproductor de DVD-R/DVD-RW/VCD/SVCD/CD/CD-R/CD-RW(MP3,WMA,JPEG)/DTS-CD, etc… con doble subwoofer, surround y acentuación de graves y 300 W RMS de potencia. Tanto equipo para reproducir a 95 dB: "Opá, viasé un corrá…"

Y me pregunto, aquí bajo la sombrilla:

—¿Será ésta la justa recompensa al trabajo realizado durante el curso 2005-2006? Tengo que poner remedio a este mal, de algo tienen que haber servido seis millones de años de evolución humana. —Pensando… pensando… caigo en la cuenta de que el fruto de ese tiempecito de evolución ha dado como resutado un cerebro con neocortex superevolucionado y unas intensas conexiones entre la amígdala y el córtex prefrontal. Y con todo esto, somos capaces de imaginarnos en una situación, induciéndose somáticamente las sensaciones que sentiríamos si estuviéramos en ella—.

Tras ese instante de iluminación me digo:

—Voy a probarlo. De todas formas es gratis y por tanto mejor oferta que el 7% de descuento de Viajes El Corte Inglés e incluso que el 20 % de Halcón Viajes.

Cierro los ojos y:

—¡Qué placidez! El blanco inunda la Antártida. ¡Qué sensación de libertad! Ahora sé como se sienten los de Greenpeace y por qué no quieren salir de aquí, con la excusa de estar salvando las ballenas. Aunque hace mucho frío en Isla Decepción, voy a sumergirme en el agua antártica templada por la caldera del volcán sumergido en Caleta Péndulo.

—¿Qué es ese ruido?, ¿es el deshielo de la Lengua de Drygalski?, ¿o la emersión de la cola de una ballena? ¡Oh no! Es el señor que a la voz de "lacocacooola, lacocacooola, lacocacooola…" me devuelve a la realidad. No puede ser. Con lo libre y fresquito que me encontraba. Esta vez me voy a concentrar más para llegar más lejos. Viajaré por las antípodas.


De nuevo cierro los ojos y:

Hace un ratito que he bajado del hidroavión de Raiatea.

—¡Qué bella laguna la de Bora Bora! Con razón a esta isla la llaman "Perla del Pacífico". La arena blanca de coral, el agua cálida y de color turquesa, mi hamaca de palmera a palmera, al fondo las cabañas sobre pilotes dentro del agua, de fondo las vahines con sus dulces cantos polinesios y aroma a monoï. Y esa temperatura que sólo encuentras en algunos lugares con este clima tropical moderado, justo en el paso de la estación cálida a la húmeda, cuando soplan suavemente los vientos Alisios acariciándote cada milímetro cuadrado de tu piel.

Sí, en ese momento en el que quieres morir de placer, de nuevo otro ruido.

—¿Será otra vez el de "lacocacooola"? Parece que no. Éste dice: "reloje barato, ventiladore barato, lafombra barata. Paisa quiere l´autentique lafombra de Marrocco barata, barata". —Ahora de nuevo quiero morir, pero no de placer—.

—¡Qué baño de realidad!
Es curioso este neocortex mío, es capaz de transportarme a diferentes extremos del planeta y sin embargo es incapaz de imaginarme arrastrando por la playa "une autentique lafombra de Marrocco —etiquetada 'Made in China '—barata, barata". Le doy las gracias por ello.

En fin, el verano nos ha llegado. Se presente como se presente tu verano, aférrate a tu paraíso particular, prepárate para vivirlo intensamente. Así que pon en guardia tus sentidos y tu imaginación…

—¿Notas algo nuevo en el ambiente?… Sí, ya huele a Tiaré.

Feliz verano.

viernes, 21 de abril de 2006

VACACIONES SEMANA SANTA

Bueno… casi sin darnos cuenta han pasado tres meses desde que empezamos el año cargados de buenos y nuevos propósitos. Algunos habremos cumplido, otros están por cumplir, aunque para nuestra tranquilidad aún nos quedan algo más de ocho meses. Con esta introducción quiero deciros algo que ya sabéis:

—¡Ya están aquí las vacaciones de Semana Santa!

A la vuelta seguiremos con nuestro grupo de trabajo y con muchas otras tareas. Me imagino que mientras tanto, aprovecharéis para ser felices o al menos para intentarlo en alguno de los múltiples escenarios que estos días se pueden dar…

Como el balcón de tu casa al paso de esa famosa procesión, mientras tú piensas:

—¿Quién habrá invitado a toda esta gente que no conozco? Habrá sido mi pareja. Qué ingenuidad la tuya, tu pareja está pensando lo mismo.

O esa playa en la que gracias al vientecito almeriense o la palita de tu niño (hijo, nieto, sobrino, vecino, etc…) saboreas esos granitos de cuarzo microscópico que hacen rechinar tus dientes mientras comentas:

—El año que viene nos vamos a la montaña.
Qué poca memoria tienes. ¿Ya no te acuerdas del altercado del año pasado? Sí de eso que te ocurrió en el campo donde pastaban las vacas, justo antes de decir: "el año que viene nos vamos a la playa".

Y esa retención de 20 km. en la A-92, justito antes de llegar a Sevilla para ver al Gran Poder primero y a la Macarena después, mientras tus niños repiten al unísono:

—Cuándo vamos a llegar cuándo vamos a llegar cuándo vamos a llegar cuándo vamos a llegar…—Sí, está bien escrito sin interrogaciones y sin comas. No sabías que ellos en esa situación no le dan entonación ni separan las oraciones—. No te preocupes, si sintonizas Canal Sur Radio te retransmiten las dos procesiones. Aunque puede ser —es seguro —que los niños prefieran ver en el reproductor de DVD del automóvil Toy Story 2. Sí, una vez más.

Y para terminar puedo imaginar que se te ocurre la feliz idea de ir el Lunes Santo a Ikea de Sevilla, Madrid o Murcia, piensas:

—Como lo han abierto hace poco voy a aprovechar para hacer unas comprillas de esas resultonas y baratas para la casa.
Dos horas y pico para ir, tres para volver, cuatro horas para entrar —como en el pabellón de España en la Expo92 —, una para comer, dos en los juegos de los niños, dos en la cola para pagar… Bueno voy a parar de imaginar porque no me salen las cuentas.

Bromas a un lado, os deseo unas sinceras felices vacaciones y os recuerdo que mi correo electrónico permanecerá de guardia por si me queréis decir que estas historias, más que imaginación, han sido una premonición.

Hasta la vuelta.