Les llevo por los parajes por los que yo de pequeño y especialmente de adolescente he correteado y explorado. El cambio climático global y el descuido diario del hombre cercano han hecho que se pueda jugar al “antes... y después...” en tan sólo veinte años. La llanura frente a La Garza, antaño en primavera repleta de pequeñas lagunas rebosantes de renacuajos de los que se alimentaban cientos de aves —la falta de lluvia ha hecho desaparecer las lagunas, del resto se encarga una urbanización que acabará devorando el paisaje—. El Embalse de Guadalén, cuyas compuertas, algunos años atrás se veían obligados a abrir casi todos los inviernos, en los últimos diez años ha visto rebajada practicamente a la mitad su producción hidroeléctrica. Cerca del embalse, un pueblo del mismo nombre. Uno de esos pueblos que en los años cincuenta el Instituto Nacional de Colonización fue fundando por toda España. Éste, tiene aún un nido de cigüeñas en el campanario de su plaza central, veremos por cuánto tiempo sigue siendo el nido, de este tipo, más grande de Andalucía. En Vadollano, el río Guarrizas discurre bajo los puentes romanos del Piélago, del siglo III a.d.c.. Recuerdo cómo bajaba el agua cuando yo tenía diecisiete años: abundante y furiosa entre grandes bloques graníticos. Se veían los peces en el fondo cuando mirábamos desde el puente. Alguna vez incluso llegamos a bañarnos —ahora nos sorprende la visión de numerosas palomas muertas, atrapadas en el fango del lecho del río, que tiene menos de cinco centímetros de agua en muchas zonas—. Y en cuanto al embalse, donde estaban “las colas” —denominadas así por parecerse a la playa —donde se refrescaban los bañistas, en la actualidad a muchos metros ya del agua, las alambradas limitan el paso hacia los cultivos de olivos, omnipresentes como en cualquier rincón de la provincia.
Llegamos al embalse y me pregunta Diego que dónde están los mapaches, los conejos, las ardillas y los cervatillos y por qué está el suelo lleno de cristales, plásticos y basura. De todo, lo que más les llama la atención es el color de la poca agua que queda contenida por la presa.
Exclama:
Los parajes naturales, los campos y los ríos en los que yo disfrutaba de pequeño, han cambiado bastante. Ellos no los conocieron por entonces, sin embargo miran extrañados y piensan que algo falla a su alrededor. Los pequeños ven a su corta edad lo que eminentes políticos, economistas y demás, no han querido ver durante décadas.
Quienes me conecen bien sabe que soy una persona extraordinariamente optimista. He decidido hacerles una fotocomposición con Adobe Photoshop®, para que cuando sean mayores tengan el recuerdo de lo que ya querían desde muy pequeños. Además con esto, voy practicando con mis hijos, para cuando tenga nietos poderles componer un mundo, para entonces de ensueño, pero que algún día existió.
Como yo quería llevármelos de allí, para que no se cortasen con los cristales, les animaba para ir a ver el río, diciéndoles:
— ¡Venga! ¿Queréis que vayamos a otro sitio donde también hay agua?